En honor a Cortázar y rememorando sus instrucciones para subir escaleras, he aquí unas instrucciones para dormir, que es, entre otras actividades, mi favorita.
Para dormirse, primero se debe definir el lugar en el que se hará, ya que éstos pueden ser muy diversos, según las necesidades, gustos, o simplemento por disponibilidad. Cama, silla, manga, carro y hasta de pie. Lo siguiente será acomodarse en éste, acostado, sentado (o parado), con las manos en forma de oración debajo de la cabeza y las piernas dobladas. Si se tiene la posibilidad de una cobija, se debe utilizarla, y lo más importante, cubrirse hasta la altura de los ombros.
Luego de estar dispuesto, hay que cerrar los ojos, relajar la cara, piernas y brazos. Nunca se deben contar ovejitas, eso no funciona. Es mejor recordar todo lo hecho en el día, detalle a detalle, hasta que la mente se empiece a desconectar, los párpados pesen y el sueño se apodere de usted irremediablemente.
Zzzzzzzzzzzzzzz...
domingo, 26 de octubre de 2008
Montar en bus
Como joven estudiante, sin salario y por ende dependiente del billete de mi papá, confieso que soy amante de los buses. Esos carros grandes, con una máquina que gira a la entrada y calcomanías de Jesús, Piolín o Bart en los vidrios anteriores al conductor se han convertido en mi transporte ciudadano en esta época de recesión económica.
No cambio por un convertible los techos bajitos que aporrean mi cabeza cuando me voy a bajar del bus, ni los sentaderos sueltos de las sillas, por finas cojinerías de cuero, ni mucho menos el encuentro nalga con nalga entre los pasajeros parados.
Misterio humano
Los pasajeros parados... ¿por qué hay gente que no se sienta en el bus? ¿por qué prefieren agarrarse de las barandas metálicas calientes y sudadas, untadas de estornudos y Dios sabe qué más cosas? ¿por qué hacer el esfuerzo por mantener un perfecto equilibrio para no caerse con los frenazos del bus? ¿Será que gran parte de los colombianos tiene hemorroides? No puedo dejar de imaginar ese comercial en el que nadie se sienta en el bus porque todos tiene hemorroides.
Sinceramente no encuentro razones lógicas para que esta situación se dé, así que llegué a una conclusión, muy seria... Es una hermandad: ¿La hermandad de los parados? Mal nombre. Le dejo el nombre a quienes conforma el grupo, además la justificación es la que me inquieta.
En fin, esta especie de tribu urbana hace parte del hermoso paisaje del interior de los buses, el mejor sistema de transporte del mundo.
No cambio por un convertible los techos bajitos que aporrean mi cabeza cuando me voy a bajar del bus, ni los sentaderos sueltos de las sillas, por finas cojinerías de cuero, ni mucho menos el encuentro nalga con nalga entre los pasajeros parados.
Misterio humano
Los pasajeros parados... ¿por qué hay gente que no se sienta en el bus? ¿por qué prefieren agarrarse de las barandas metálicas calientes y sudadas, untadas de estornudos y Dios sabe qué más cosas? ¿por qué hacer el esfuerzo por mantener un perfecto equilibrio para no caerse con los frenazos del bus? ¿Será que gran parte de los colombianos tiene hemorroides? No puedo dejar de imaginar ese comercial en el que nadie se sienta en el bus porque todos tiene hemorroides.
Sinceramente no encuentro razones lógicas para que esta situación se dé, así que llegué a una conclusión, muy seria... Es una hermandad: ¿La hermandad de los parados? Mal nombre. Le dejo el nombre a quienes conforma el grupo, además la justificación es la que me inquieta.
En fin, esta especie de tribu urbana hace parte del hermoso paisaje del interior de los buses, el mejor sistema de transporte del mundo.
Del ombligo…
Ubicado exactamente en el centro del cuerpo y tan codiciado que su presencia fue vetada en las películas, el ombligo es un huequito en forma de asterisco, una cicatriz hundida que recuerda la conexión con nuestra madre y que unas veces se llena de pelusas de las cobijas de lana de los chibchombianos y otras tantas de shots de licor en las vacaciones de primavera de los universitarios gringos.
Es la huella del cordón umbilical, un tejido que nos asegura como un cinturón de seguridad al vientre de nuestra respectiva Doña Ana, y que se va pudriendo lentamente hasta zafarse cinco días después de haber aterrizado al mundo, para pasar a las canecas rojas de “Peligros biológicos” y dejar en el cuerpo de cada ser humano una estrellita de mar.
Cuando uno se rasca el ombligo los esfínteres se dilatan y se siente la falsa alarma del “chuzito” en la vejiga que anuncia una meada inminente. (No recomendado para aquellos que sufren de incotinencia). Este proceso no está comprobado científicamente, pero a partir de mi ardua investigación umbilical para escribir esta historia, puedo asegurar que funciona y es efectivo si se rasca el tiempo correcto.
Un poquito de historia:
Los ombligos cantan y albergan piedras preciosas en su interior; Levi’s los mostraba coreando “I’m coming out” de Diane Ross para hacerle publicidad a su línea de jeans descaderados y en Mirna, Rusia sacan diamantes de “El ombligo del mundo”, una mina de 525 metros de profundidad. Existen también los piercings, otros tipos de piedras, pero no preciosas, fabricadas para adornar los ombligos de las jovencitas que caminan por las calles de la ciudad con camisas cortas que cubren sólo sus téticas y que parecen que se las hubiera prestado el hermanito de 5 años.
Son las llamadas “ombligueras” cuyo único objetivo es mostrar el ombligo, para poner a los hombres a pensar, a imaginar, a…
Es pues sexy y maternal, pero inspira tantos deseos que se ha convertido en un fetiche, como en el caso de William Hays. Un senador gringo encargado de “limpiar las películas”, editar escenas que él considerara impuras o vulgares, bajo el Código de Producción. Se vetó en todas las producciones de Hollywood danzas provocativas, uso de drogas en pantalla, escenas violentas o de acción y por último a nuestro protagonista: el ombligo. Lo curioso fue lo que se halló el día de su muerte (mismo día de mi cumpleaños): ¡OMBLIGOS!
En el sótano de su casa cientos de afiches decoraban las paredes del basement de este distinguido político; ombligos botones, horizontales y alargados, cerraditos y profundos, peludos, tersos y bronceados. Una colección de umbilicus, los mismos que había prohibido en el cine, pero que paralela e ilegalmente coleccionaba para su divertimento y… ¿masturbación? Las raíces de esta fijación se habían revelado años antes cuando Jessie Herron, ex esposa de William Hays, reveló que su marido demócrata confundía el ombligo con la vagina… Don William juraba que los dos rotos eran lo mismo.
Conclusión:
Es la huella del cordón umbilical, un tejido que nos asegura como un cinturón de seguridad al vientre de nuestra respectiva Doña Ana, y que se va pudriendo lentamente hasta zafarse cinco días después de haber aterrizado al mundo, para pasar a las canecas rojas de “Peligros biológicos” y dejar en el cuerpo de cada ser humano una estrellita de mar.
Cuando uno se rasca el ombligo los esfínteres se dilatan y se siente la falsa alarma del “chuzito” en la vejiga que anuncia una meada inminente. (No recomendado para aquellos que sufren de incotinencia). Este proceso no está comprobado científicamente, pero a partir de mi ardua investigación umbilical para escribir esta historia, puedo asegurar que funciona y es efectivo si se rasca el tiempo correcto.
Un poquito de historia:
Los ombligos cantan y albergan piedras preciosas en su interior; Levi’s los mostraba coreando “I’m coming out” de Diane Ross para hacerle publicidad a su línea de jeans descaderados y en Mirna, Rusia sacan diamantes de “El ombligo del mundo”, una mina de 525 metros de profundidad. Existen también los piercings, otros tipos de piedras, pero no preciosas, fabricadas para adornar los ombligos de las jovencitas que caminan por las calles de la ciudad con camisas cortas que cubren sólo sus téticas y que parecen que se las hubiera prestado el hermanito de 5 años.
Son las llamadas “ombligueras” cuyo único objetivo es mostrar el ombligo, para poner a los hombres a pensar, a imaginar, a…
Es pues sexy y maternal, pero inspira tantos deseos que se ha convertido en un fetiche, como en el caso de William Hays. Un senador gringo encargado de “limpiar las películas”, editar escenas que él considerara impuras o vulgares, bajo el Código de Producción. Se vetó en todas las producciones de Hollywood danzas provocativas, uso de drogas en pantalla, escenas violentas o de acción y por último a nuestro protagonista: el ombligo. Lo curioso fue lo que se halló el día de su muerte (mismo día de mi cumpleaños): ¡OMBLIGOS!
En el sótano de su casa cientos de afiches decoraban las paredes del basement de este distinguido político; ombligos botones, horizontales y alargados, cerraditos y profundos, peludos, tersos y bronceados. Una colección de umbilicus, los mismos que había prohibido en el cine, pero que paralela e ilegalmente coleccionaba para su divertimento y… ¿masturbación? Las raíces de esta fijación se habían revelado años antes cuando Jessie Herron, ex esposa de William Hays, reveló que su marido demócrata confundía el ombligo con la vagina… Don William juraba que los dos rotos eran lo mismo.
Conclusión:
Nadie se toca el ombligo, es una parte del cuerpo desapercibida, olvidada, menospreciada, la gente se toca el pelo, los ojos, de vez en cuando la nalga para rascarse, pero absolutamente nunca se toca el ombligo, así que después del anterior tratado en el que hablé de pervertidos, madres y minas de diamantes, espero que la humanidad considere a su ombligo y lo acaricie (así sea sólo para orinar), lo quiera, pues qué feo sería una barriga redonda y completamente lisa.
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