domingo, 26 de octubre de 2008

Montar en bus

Como joven estudiante, sin salario y por ende dependiente del billete de mi papá, confieso que soy amante de los buses. Esos carros grandes, con una máquina que gira a la entrada y calcomanías de Jesús, Piolín o Bart en los vidrios anteriores al conductor se han convertido en mi transporte ciudadano en esta época de recesión económica.

No cambio por un convertible los techos bajitos que aporrean mi cabeza cuando me voy a bajar del bus, ni los sentaderos sueltos de las sillas, por finas cojinerías de cuero, ni mucho menos el encuentro nalga con nalga entre los pasajeros parados.


Misterio humano

Los pasajeros parados... ¿por qué hay gente que no se sienta en el bus? ¿por qué prefieren agarrarse de las barandas metálicas calientes y sudadas, untadas de estornudos y Dios sabe qué más cosas? ¿por qué hacer el esfuerzo por mantener un perfecto equilibrio para no caerse con los frenazos del bus? ¿Será que gran parte de los colombianos tiene hemorroides? No puedo dejar de imaginar ese comercial en el que nadie se sienta en el bus porque todos tiene hemorroides.

Sinceramente no encuentro razones lógicas para que esta situación se dé, así que llegué a una conclusión, muy seria... Es una hermandad: ¿La hermandad de los parados? Mal nombre. Le dejo el nombre a quienes conforma el grupo, además la justificación es la que me inquieta.

En fin, esta especie de tribu urbana hace parte del hermoso paisaje del interior de los buses, el mejor sistema de transporte del mundo.

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