martes, 11 de noviembre de 2008

Pelotas de colores

La sucia y turbia quebrada la Madera separa a Bello de Medellín y así comienza líquidamente este municipio aledaño al Valle de Aburrá cuyo primer barrio, llamado Las Cabañitas, se pavonea con casitas que parecen de campo y ocupan 3 manzanas al frente de Solla.

Este barrio ha visto a las mismas personas vivir allí por años y décadas sin tener a un morador nuevo en el sector, todo lo mismo, todos los días, hasta que la muerte se posa sobre el veterano “chuchumeco” de turno y después de los ritos funerarios y las visitas y lamentos de los vecinos más allegados los familiares del difunto ceden el turno a otras familias para convertirse en “cabañitenses”. Y así las pelotas de colores que caen del cielo, los caballos perdidos que recorren la quebrada y espantan gallinazos y el tenebroso celador nocturno llamado por todos “Tío” empiezan a ser parte del paisaje de estos nuevos habitantes.

Seguridad

Las Cabañitas ha sido un lugar tradicionalmente pacífico, en donde los días transcurren sin mayores eventualidades, pero la paz se ha visto turbada de vez en cuando por los ladrones ocasionales que acechan a peatones incautos mientras se dirigen hacia su trabajo, colegio o universidad. Esculcan bolsos, loncheras y hasta cuerpos en busca de tesoros incalculables como radiecitos, celulares o diez mil pesos.

Solla, la empresa de alimentos para animales, ha sido un referente geográfico de los “cabañitenses”:
-¿Vos por dónde vivís?
-En Bello, al frente de Solla.
El olor a cuido siempre ha estado allí y sus sonidos interminables de fábrica insomne desvela a los habitantes de este barrio, quienes abren sus ventanas despelucados y con ojeras, para quejarse a medianoche del traqueteo de Solla que no deja dormir.

Cae una pelota amarilla.
La amistad y la convivencia ha sido una constante en Las Cabañitas, la “probadita” de natilla y buñuelos entre los vecinos en diciembre y las conversaciones de balcón a balcón lo demuestran. Todos se saludan con sonrisas cuando se encuentran por la calle yendo por la leche o para misa.

Por la casa...
También hay vecinos revoltosos, pero que han perdurado a través del tiempo en Las Cabañitas, son los que sacan, sueltan, largan, todos las mañanas a su perra a hacer popó y ésta atraída por una fuerza magnética extraña descarga sus tripas en el garaje de la vecina más temida de Las Cabañitas: Doña FULANA.
-¿Aló?
-Vea su perro se volvió a cagar en mi casa
-(Silencio)
-Yo no tengo perros porque no me gusta limpiar la mierda de nadie, amarren a esa “chanda” que se las enveneno

Toda la familia de Doña Fulana vive en la misma cuadra: Perano, esposa e hijos (y ocasionalmente nietos) viven en la casa amarilla, cuatro más abajo, donde hay un farolito están las “muchachas”, hermanas de Doña Fulana, dos libres y por eso alegres señoras que comparten un techo y viven sus vidas de solteras, separadas o divorciadas como Dios manda (nadie sabe exactamente sus verdaderas historias amorosas) y por último está la casa de Doña Fulana: 2 hijas, 1 esposo, cero perros.

Cae una pelota roja.

Lo extraño...

Las plumas negras de un gallinazo se mueven vertiginosamente hasta alzarse sobre Las Cabañitas para divisar desde allí los restos de un sancocho, o en su defecto, y en el peor de los casos, de un muerto y lanzarse en picada y esquivando los cables de la luz para devorar unas sobras sangrientas, pero su banquete se interrumpe cuando el caballo perdido lo espanta al sentir invadido su territorio acuático de la Madera que se convirtió en su nueva casa desde que se perdió. Todos los días recorre la quebrada con sus ojos tristes, como un viejito con Alzheimer tratando de encontrar su casa.

Cae una pelota verde y otra naranja y otra rosada, aparecen en el patio de una de Las Cabañitas como si cayeran inexplicablemente del cielo. Los dueños del patio miran consternados hacia arriba a ver si pueden descifrar de dónde vienen tales regalos, pero sólo les salta a la vista un gallinazo aviador. Los hombros se encojen y la rutina sigue.

Cae una pelota negra.

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